En 1925, Margaret Stonborough-Wittgenstein, rica heredera y mecenas de las artes, no llegó a imaginar el monumental sinsentido en qué se convertiría la construcción de su gran casa en Viena diseñada inicialmente por el arquitecto Paul Engelmann. Y más aún si hubiera sabido lo que significaría la feliz idea de comentarle el proyecto a su hermano, el conocido filósofo lógico-analítico Ludwig Wittgenstein. A partir de ese momento, dicho proyecto arquitectónico daría lugar a una obsesión incalificable que haría correr ríos de tinta en el mundo de la arquitectura y la literatura.
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