Ha fallecido a los 104 años el arquitecto brasileño Oscar Niemeyer, uno de los últimos representantes de la mejor arquitectura internacional que se ha hecho en el siglo XX.
A veces tendemos a pensar que aquellos a los que consideramos héroes son inmortales. Y es que para muchos arquitectos de distintos lugares del mundo Niemeyer era un referente indudable en su dilatadísima trayectoria existencial. No solo por haber alcanzado una vida tan larga como la que llegaría a disfrutar, sino también por haber realizado hazañas increíbles en relación con el arte de la arquitectura y el urbanismo.
Con más de un siglo el arquitecto brasileño seguía conservando una gran vitalidad y proyectaba aun sorprendentes edificios y nuevos espacios desde su estudio situado en la cubierta de un edificio alto frente a las playas de Copacabana, en la maravillosa ciudad de Río de Janeiro. Este arquitecto representaba en sí mismo esa manera de concebir la vida de una sociedad, variopinta y colorista como la brasileña. Desde luego, ha sido un contribuyente neto a la forma en que entendemos la cultura de ese país sudamericano en el resto del mundo.
Sus inicios se caracterizan por la producción de una arquitectura muy personal que comenzaría con algunas obras notables en la localidad de Belo Horizonte. Es el caso del casino y la iglesia de Pampulha que proyectaría en 1943 por encargo de Juscelino Kubitschek, un político visionario que sería posteriormente un referente importante para la historia reciente de Brasil.
La arquitectura de Oscar Niemeyer se ha caracterizado por la integración entre racionalidad cartesiana y la libertad compositiva en unas formas y trazos curvos que rememoran la exuberancia selvática característica en grandes extensiones del continente. Una obra especial que expresa esta forma de proyectar nueva arquitectura es la que realizaría para sí mismo en Barra de Tijuca, un reducto frondoso de la periferia de Río de Janeiro. La Casa Canoas de 1953 resume las aportaciones estéticas más brillantes de Niemeyer, no solo su ideario formal sino también la manera sencilla para producir una integración entre el espacio interior y exterior con la definición de pieles ondulantes de vidrio. O también la concepción de techos planos que se prolongan hacia el entorno, rememorando las formas escultóricas de Hans Arp y las que aplicaría a la jardinería su compatriota Burle Marx.
Exterior de la Casa das Canoas. Foto: Rudiger Muller
En sus años de juventud se relacionaría ya en plano de igualdad con muchos de los grandes maestros de la arquitectura moderna, Le Corbusier, Mies van der Rohe y Walter Gropius con los que compartió inquietudes e ideas. Por encargo de su país construiría en 1939, el Pabellón de Brasil para la feria Mundial de Nueva York donde coincidiría con otro maestro, el finlandés, Alvar Aalto que también presentaría allí otra obra ejemplar. Años después participaría de nuevo allí en representación de su país en el comité de expertos responsables de la conformación del edificio de las Naciones Unidas.
Años más tarde, definiría el proyecto de una nueva ciudad, Brasilia con solo dos trazos. Un diseño urbanístico inspirado en las ideas de la carta de Atenas que sería la enseña de su país durante décadas. Brasilia representa una concepción optimista del desarrollo de una nación joven que quiere progresar sobre la base de las ideas más innovadoras y con ello impulsar la colonización de los nuevos y vastos territorios disponibles.
Allí, en el centro de un país inmenso, Oscar Niemeyer realizaría, junto a su amigo Lucio Costa, sus más grandes proyectos en un tiempo cortísimo: menos de cinco años. Entre ellos, los palacios de Planalto, sede del gobierno, Alvorada, residencia del presidente de Brasil, y de Itamaraty, sede del Ministerio de Asuntos Exteriores, concluidos mayoritariamente entre 1958 y 1960. También allí haría el edificio del Congreso, con sus dos cámaras representadas por volúmenes esféricos complementarios y la escultórica Catedral de Brasilia, caracterizada por su corona de espinas formada por masivas piezas de hormigón que se elevan a lo alto.
Niemeyer se declararía siempre como un comunista convencido y mantenía una estrecha relación con el líder cubano Fidel Castro. Y por ello, sería represaliado cuando los generales tomaron el control de su país en 1964. Tendría que abandonar su entorno en condiciones complicadas para residir durante una decena de años en Europa. En Francia, recibiría encargos notables de sus correligionarios como la sede del Partido Comunista en la localidad del Havre. Al igual que en Argelia donde construiría la sede de la Universidad de Constantina.
Esa trayectoria internacional le llevaría a responsabilizarse de un edificio singular en la isla de Madeira, el Hotel Casino Park, un edificio manifiesto compuesto por un bloque curvo de habitaciones que se coordina con una construcción troncocónica en la que se sitúan un pequeño centro de congresos, las salas de juego y espacios complementarios.
Hotel Pestano Casino Park. Funchal, Madeira.
Ya en los últimos años, su capacidad legendaria había mermado dedicándose solo a la generación de gestos discutibles como el que se haría en la localidad asturiana de Aviles en España. Un centro cultural que solo maneja una repetición de los gestos más superficiales del arquitecto como coartada para realizar un edificio institucional sin alma que ha acabado por fracasar en su cometido cultural.
Hasta la vista, Niemeyer. Adiós a otro arquitecto que admirábamos.
Más información: Eterno Niemeyer. Horacio Fernández del Castillo. Jotdown Magazine
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