Salida de la luna sobre el mar. Caspar David Friedrich, 1821
Desde el Romanticismo, el disfrute y la contemplación de la belleza y lo sublime es una actividad que ocupa crecientemente a las personas que tienen una formación cultural. Es una forma de experiencia ligadas al arte y al paisaje respectivamente en la que se trata de reflexionar sobre las razones de nuestro paso por el mundo y el sentido del espacio que habitamos.
Estas ideas junto a la manera en que percibimos sensorialmente el espacio han influido en la forma en que se piensan algunas arquitecturas de las últimas décadas.
Acceso a la capilla de San Benito, Zumvitg. Peter Zumthor, 1988
Desde hace más de doscientos años, lo sublime es considerado como una categoría estética, se trata de experimentar una suerte de visión en el que la grandeza de lo contemplado nos lleva a extremos más allá de lo racional, advirtiendo situaciones que no es posible asimilar en su totalidad. Desde el Romanticismo y Edmund Burke, es algo que ya experimentaron numerosos artistas, filósofos, poetas y pintores. Así, la vista de la salida de la luna en el horizonte o las cumbres nevadas de un macizo montañoso ya fueron pintadas por Kaspar David Friedrich han sido admiradas como una forma de emoción del abismo, de lo sublime ligado al sentimiento del terror y lo incomprensible del mundo.
En arquitectura, la belleza y lo sublime se busca con ahínco. Algunos han buceado en la fenomenología como esa filosofía que estudia nuestro entorno en sus manifestaciones sensoriales y busca explicar las relaciones humanas apelando a la intuición y las sensaciones orgánicas que se originan en el cuerpo biológico en contacto con lo que lo rodea. El paisaje y lo sublime asociado tienen un papel relevante en la definición fenomenológica en la construcción de la arquitectura. Esa idea fenomenológica del paisaje ha sido explorada en los últimos tiempos por extraordinarios arquitectos como el norteamericano Steven Holl o el suizo Peter Zumthor. Son artistas del espacio que tratan de aprehender en sus construcciones la relación generada entre los sentidos y el territorio en el que se inscriben.
En el caso de Zumthor la idea tectónica siempre está muy presente. Su estrategia proyectual busca entender la mejor relación entre el material y la geometría del espacio inventado, integrando los elementos constructivos y estructurales en un concepto superior en el que la forma del espacio y su apreciación sensorial son los elementos más importantes. Ahí, el entorno geográfico entra a integrarse en la obra como una parte muy importante de la propuesta artística.
Es en esa intersección cuando Zumthor se plantea una forma de percepción táctil y de ambiente en la que es posible sentir el olor y la cualidad rugosa de la madera en las tablazones o tocar el despiece de la piedra en paredes masivas en un espacio vaporoso. Ahí en ese momento local, en un sitio concreto, se está ante una experiencia inolvidable y disruptiva. Como ocurre cuando se disfrutan del ambiente cavernoso de su proyecto para las Termas en Vals de 1996. Allí, las aguas termales recogidas en un espacio interior iluminado tenuemente y donde ,también, es posible la percepción escénica de las montañas que acaban de definir el escenario experiencial. Ahí ocurren hechos sensoriales muy concretos que inducen a tener sensaciones inolvidables e irrepetibles en otros lugares.
Desde un paisaje agreste de montañas alpinas y bosques frondosos se accede a una gruta racionalizada en el despiece regular de la piedra de cuarcita. En ella, se concentran albercas de aguas cristalinas calentadas naturalmente a temperatura agradable y provenientes de manantiales naturales. El vapor genera una atmosfera peculiar que difumina el espacio acabando de producir sensaciones placenteras. Un solo elemento constructivo básico es capaz de generar aquí intensas emociones a través de la disposición geométrica regular. la masa gris veteada por franjas de cuarzo níveo otorgan una cualidad sensorial única en una forma intelectual de reconstrucción tectónica del carácter originario de la cantera para generar una caverna iluminada de una manera casi mágica.
Piscina interior de las Termas de Vals. Peter Zumthor, 1996. Фото: Fernando Guerra
Algo similar sucede en la capilla de San Benito, construida por Zumthor totalmente en madera y cuyo olor resinoso es una presencia que cualifica al espacio. Se accede a ella tras un breve recorrido por las laderas en las que se sitúa el pequeño enclave habitado de Zumvigt, en la Suiza profunda. Se llega así tras un ligero ascenso entre edificios vernáculos a un pequeño y humilde edificio que remeda las tradiciones constructivas locales. Al traspasar la puerta el visitante se sitúa en un espacio austero iluminado desde lo alto por una ranura perimetral que filtra la luz y tamiza el ambiente con una atmósfera cálida. La cualidad sensorial de la madera se manifiesta también en la cuidadosa disposición de sus ensamblajes, encuentros y detalles constructivos, siempre presidida por el característico tono cálido y meloso de a madera. El espacio parece tratar de comunicar la trayectoria de su autor, reconociendo así su carácter formativo como carpintero ebanista .
En esta pieza arquitectónica también la experiencia del paseo y la visión del paisaje del valle de Zumvitg forman parte indisoluble de la concepción de la arquitectura. Atravesando el caserío hacia lo alto y ascendiendo la ladera en que se sitúa el edificio se tiene siempre una percepción de la presencia constante del idiosincrático paisaje de los Alpes suizos. En el interior, el frío y húmedo paisaje alpino se siente tras las ligeras paredes del cerramiento en esa pequeña capilla.
Steven Holl es alguien que también ha trabajado con las experiencias desde una posición próxima al filósofo Merleau Ponty, referente de la escuela fenomenológica. Para él, la percepción a través de los sentidos es algo importante que genera experiencias desde una perspectiva polisensorial. El cuerpo es una condición permanente de la existencia que se relaciona con su entorno a través de los sentidos adquiriendo la totalidad de la riqueza del ambiente a través del olor, el gusto y el tacto. No solo a través de los sonidos y la vista como hoy se ha acabado privilegiando desde la cultura de masas.
El espacio del altar en la capilla de San Ignacio, Universidad de Seattle. Steven Holl, 1997
En una obra suya de 1997, la capilla de San Ignacio en la universidad de Seattle, Holl nos enfrenta sutilmente a los olores y el tacto de una pared de cera con la que cualifica un espacio iluminado sutilmente a través de aberturas dispuestas en lo alto. Es casi una representación abstracta de lo sublime que surge de la percepción del producto biológico de una especie animal. La metáfora fenomenológica cualifica, en este caso, el diseño de un espacio caracterizado por la concatenación sucesiva de bóvedas, surgidas de la intersección de cilindros y conos sobre un recinto rectangular troceado irregularmente. Una estrategia proyectual que permite una sutil y rica iluminación indirecta desde lo alto de los espacios mediante claraboyas en lo alto y ranuras dispuestas en los uros perimetrales. la experiencia sublime está servida llevando al visitante ocasional a una reflexión sobre el misterio del espacio y de la luz que lo configura mietras percibe el característico olor del producto excelso de los paneles.
La riqueza espacial que genera Steven Holl en su propuesta para la capilla de San Ignacio nace así de una decisión deliberada de confrontación geométrica que no se preocupa de problemas estructurales y constructivos. El contrapunto colorístico y de olores que se añade al espacio genera un recinto arquitectónico rico que está en las antípodas de las propuestas de Zumthor trabajando ambos, sin embargo, en unas ideas que se cimentan en las propuestas filosóficas de la fenomenología.
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