Sala polivalente en Guargacho. Equipo Olivares, 2010. Fotografías: José Oller
El equipo Olivares, formado por los arquitectos Javier Pérez Alcalde y Fernando Aguarta, produce una arquitectura de matriz contemporánea que trata de extraer su inspiración poética desde el entorno paisajístico de las islas Canarias. Es lo que ocurre con su pequeño espacio de celebraciones situado en la finca del Lomo de Guagacho.
Sus obras siguen así una tradición moderna que se remonta a mediados del siglo XX en que algunos arquitectos locales empezaron a experimentar con algunos lenguajes en boga en los países anglosajones y el norte de Europea. Continúan así la estela de una arquitectura que buscó redefinir los paradigmas expresivos la arquitectura del Movimiento Moderno mediante su adaptación a las condiciones constructivas y tecnológicas realmente existentes en un archipiélago de economía atrasada y situado en medio del océano Atlántico.
Hoy los arquitectos trabajan en pequeñas intervenciones que tratan de generar poesía y calidad espacial desde el detalle y lo peculiar. Es lo que los economistas denominan enfáticamente como aportación de valor añadido. Desde esa perspectiva cualquier trabajo arquitectónico es una oportunidad para aportar riqueza y nuevas lecturas a los lugares. En este caso, una pequeña construcción auxiliar agrícola sirve de soporte para generar un espacio interior metafóricamente tecnologizado. El estuche recubierto por Pérez Alcalde y Aguarta es un pequeño artilugio que permite a sus visitantes ensoñaciones ligadas al lujo. En esa intervención, la caja preexistente se forra exteriormente de una tablazón de madera que se inscribe bajo la estructura de recubrimiento en polietileno de uno de los invernaderos de la finca. Es una inserción que trata de establecer un diálogo diverso con los sistemas agrícolas destinados a la protección de las matas de plátano. Se crea así el efecto de un recinto plenamente integrado en las formas productivas agrarias habituales en este tipo de cultivo.
Fachada exterior del edificio
A esa caja básica se le aplican unas aberturas de carpintería abatible que potencian la idea de cofre accesible y que se disimulan en el despiece de la tablazón para permitir una doble lectura, abierta y cerrada a la vez. El interior se trata con un recubrimiento de paredes en chapa translucida de policarbonato blanco hielo que se ilumina tangencialmente desde arriba y desde abajo. Se genera así una atmosfera surreal a modo de laboratorio impoluto en el que experimentar con la vista y el gusto. Aquellos lacónicos huecos forman parte de una membrana que permite vislumbrar y acceder a ese interior que resulta sorprendente si tenemos en cuenta el contexto, transformando ese lugar, que de otra manera resultaría convencional. El escueto interior se remata con un pavimento continuo blanco y unas estanterías expositivas de chapas plásticas acabadas en el mismo color. La sensación es de estar en una especie de nevera aislada de un exterior de vegetación tropical. La integración del fondo vegetal y el tratamiento de los lienzos interior y exterior genera una serie de contrastes de textura, color e iluminación que resulta sumamente rico.
El programa realizado es muy sencillo: un espacio expositivo y de encuentro complementado con una barra de atención y un servicio de cocina industrial básica en una habitación contigua. En este caso, se ha tratado de explotar así el contraste, en una expresión contrapuntista que oscila entre la frialdad de los materiales industriales y la iluminación de neón y la textura lujuriosa y húmeda del cultivo de platanera. Se utiliza así una suerte de fenomenología sensual que trata de inducir una actividad sensorial rica en contrastes, visuales, olfativos y táctiles. La arquitectura se convierte así en un mecanismo destinado a añadir una nueva oferta de experiencias a los innumerables visitantes turísticos que acceden a la isla de Tenerife.
En las propias palabras: de los arquitectos:
Esta pequeña intervención, en medio de una finca de plataneras, se inspira en las particulares condiciones del entorno para dar respuesta a un programa elemental. Es una construcción, de bloques de hormigón vibrado que se ha encajado en uno de los invernaderos existentes en el lugar. El proyecto requería un tratamiento especial, en tanto que espacio flexible para eventos de variada índole. Por ello, los promotores propusieron a los arquitectos recualificar de alguna manera una construcción funcional sencilla e inacabada, que estaba situada en un emplazamiento con espectaculares valores paisajísticos.
Inspirados en la configuración natural de la platanera, se ha revestido exteriormente el salón existente con una piel de tablas de madera solapadas. Su lectura espacial como superficie irregular está más cercana a la abstracción que a los acabados expresivos de la arquitectura rural canaria. Como contrapunto, el interior se ha forrado con una textura brillante e iluminada. Casi es como una pequeña joya. Ese efecto lo produce un velo continuo de policarbonato verde retroiluminado que le confiere ese perfil lúdico e inusual.
Al mismo tiempo, se genera una única abertura mirando al paisaje cultivado. Y así, ese espacio interior anodino se transforma contagiándose del lugar. Se ha tratado de proponer una experiencia de doble lectura: Es de alguna manera un espacio simple, elemental, agrícola; y al mismo tiempo, un espacio contemporáneo pensado para eventos elegantes.
Planta de la intervención realizada
Más información:
Equipo Olivares. Javier Pérez Alcalde y Fernando Aguarta, Arquitectos
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