Dibujo de la columnata inclinada del parque Güell. Óscar Tenreiro, 1985
El arquitecto catalán, Antoni Gaudí es hoy una parte sustancial de eso que conocemos como Barcelona. La marca de aquella ciudad ha tomado como reclamo una parte sustancial de la obra singular del genio del Noucentisme. Y, desgraciadamente, debido a ello sus magníficos edificios han sido engullidos por uno de esos torbellinos absurdos que mueve nuestro tiempo, el turismo. Cuando no destruidos y tergiversados hasta hacerlos irreconocibles.
Las multitudes que suben y bajan sus espacios diariamente probablemente le rinden más un tributo a la economía antes que a la arquitectura. Hoy todos atendemos a una nueva religión, la que nos obliga a visitar lugares sin cesar para rendir culto a aquello que nos han presentado como el epítome del saber humano acumulado. Millones de personas hacen peregrinaciones masivas a los nuevos santuarios en los que esperan -sin éxito- encontrar respuestas a todo este desatino que nos rodea. Mientras tanto, algunos se enriquecen de una manera inconmensurable a nuestra costa.
Así, la mayoría hemos perdido la posibilidad de experimentar por nuestros propios medios la realidad de tantas y tantas cuestiones, sojuzgados por aquellas narraciones que nos inculcan sin descanso. Es lo que ocurre también con la arquitectura de la que tienden a apoderarse también los mercaderes y, en ciertos casos, a punto están de destruirla. Como ocurre con Gaudí y sus increíbles obras.
Sin embargo, algunos todavía están siendo capaces de deleitarse de los sitios y de los espacios, en soledad y desde el conocimiento profundo. Es lo que nos cuenta Óscar Tenreiro desde su singular perspectiva.
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