Ventana con asiento en una casa tradicional canaria
Entender la necesidad personal de un hogar puede transformar la experiencia de la arquitectura. Sin cobijo no hay hogar, pero los edificios pueden surgir sin alma en aras de otros objetivos y no necesariamente cumplen la misión de albergar el hogar de las personas. Como ocurre en gran parte de la arquitectura contemporánea en la que crecientemente se rehúsa a habitar y sólo acaba siendo un dispositivo para cumplir otros fines.
Por Federico García Barba
Hacia mediados del siglo XX se publicaba en España una revista profesional dirigida por el arquitecto Carlos Flores y que tenía este mismo título, Hogar y arquitectura. Era un órgano de difusión de la llamada Obra Sindical del Hogar, cuyo objetivo principal era la difusión del trabajo residencial de los arquitectos que trabajaban para ella. Un nombre sonoro que encabezaba un espacio propagandístico para enseñar los logros del régimen dictatorial del general Franco en materia de vivienda económicamente accesible. Por aquellas páginas transitaron grandes nombres de la arquitectura española de la segunda mitad del siglo pasado como Aburto, Asís Cabrero, Coderch, Sáenz de Oiza, etc.
Portada de la revista Hogar y Arquitectura nº 107 de 1973
Pero lo interesante de esa denominación consiste en el intento de ligar la idea del hogar con la disciplina de la arquitectura. ¿Es un hogar una pieza de arquitectura? ¿Es la arquitectura necesaria para construir un espacio cotidiano?
Juhanni Pallasmaa ha intentado indagar durante años sobre estas cuestiones. Algo de ello ha quedado reflejado en “Habitar”, una recopilación de textos suyos publicada en 2016. Los textos de Pallasmaa son casi siempre una invitación estimulante a pensar sobre el papel de la experiencia de la arquitectura en nuestra situación contemporánea. Y a este respecto, y frente a la hegemónica espectacularización actual, propone ahí una visión íntima y poética sobre la forma en que usamos y ocupamos los edificios. Es un esfuerzo muy influido por la escuela filosófica de la fenomenología, destilada a través de la escuela francesa desarrollada a partir de Gaston Bachelard y Maurice Merleau Ponty.
Naturalmente, un hogar no es necesariamente una muestra de arquitectura. Se pudiera decir que la edificación tanto como la arquitectura son una condición anterior al carácter del domicilio personal de cada cual. Reconociendo este hecho en un sentido diverso, la arquitectura como poética es una posibilidad para el hogar. Se conocen innumerables grandes obras maestras de arquitectura doméstica que nunca llegaron a constituirse en verdaderos hogares. Basta recordar algunas piezas referenciales de la arquitectura del siglo XX para ser consciente de esta distinción. Es lo que ha ocurrido con algunas piezas muy conocidas: como la maravillosa Casa en Falling Water de Frank Lloyd Wright o la también reconocida Maison Savoye de Le Corbusier en Poissy. Iconos de la arquitectura del siglo XX y edificios muy evocadores de potentes planteamientos ideológicos y reverenciados que, sin embargo, fueron escasamente habitados desde casi el momento de su creación.
Sin ir más lejos, es lo ocurrido también con la famosísima Casa Farnsworth en Plano (Illinois), construida por Mies van der Rohe entre 1946 y 1951. Ese escueto pabellón es también una muestra radical del divorcio entre arquitectura y hogar. Es conocido que una de las razones por las que Edith Farnsworth demandó judicialmente al insigne arquitecto alemán estribaba en la imposibilidad para transformar aquel artefacto ideal, casi platónico, en un verdadero espacio para la comodidad personal. Y que la desestimación de su reclamación ocurre precisamente por esa misma razón: Una pieza de arquitectura no tiene porqué llegar a ser un espacio realmente habitable.