Las rocas que celebran la presencia de los “Kami” sobre la orilla del estanque en Motsui-ji
El Motsu-ji es uno de los jardines más antiguos de Japón. Un lugar que conserva su hermosura esencialista en un espacio arbolado conformado alrededor de un estanque. Allí, algunas piedras estratégicamente colocadas al borde del agua nos inducen a intuir la presencia de algo mágico, más allá de las armoniosas formas naturales del terreno y la belleza consustancial a una vegetación artificialmente dispuesta.
Motsu-ji se encuadra entre los espacios conocidos como Jardines de la Tierra Pura. Para los primitivos japoneses eran entornos naturales de carácter excepcionalmente hermoso que debían ser la residencia de los dioses debido a ello y apenas necesitaban de intervención humana. Quizás solo algunos pequeños apuntes simbólicos para indicar intuitivamente esa presencia de la divinidad.
Borde del estanque en Motsu-ji en contraposición al fondo boscoso que lo circunda
En Japón se ha producido un sincretismo religioso que es el resultado de la integración paulatina de creencias de muy diverso origen. Desde el sintoísmo de origen local, al tao y el budismo procedentes de China e India, respectivamente. Hasta conformarse así un cuerpo de creencias altamente sofisticado y complejo que tiene como referente central el respeto y veneración a los elementos naturales.
Para muchos japoneses cada unidad del ambiente puede contener la esencia de un espíritu que proviene de criaturas desaparecidas. Para ellos, el alma de un pariente o un amigo podría haberse reencarnado en aquella pequeña planta que se observa al borde del camino o en un pájaro que canta sonoramente en la mañana. En consecuencia, su admiración y cuidado de lo natural se refleja constantemente en su pensamiento y sus artes.
Allí, la práctica de la jardinería se ha convertido en un uso colectivo recreado con el objetivo de lograr una depuración idealista de la belleza natural en relación con lo religioso. Desde el tratamiento floral individualizado del ikebana hasta la reconstitución compleja de paisajes imaginarios mediante el uso sofisticado de recursos naturales, pasando por los jardines interiores de las casas urbanas conocidos como “tsuboniwa“. Los jardines budistas son así una especie de templos en los que entrar en contacto con lo sagrado, que -de alguna manera sutil- es representado allí por los elementos naturales acumulados. Hace 800 años, durante el período de Edo, se produjo una recopilación de las tradiciones en el tratamiento paisajístico donde la colocación de las peñascos era el elemento esencial en la conformación de ese tipo de espacios transicionales destinados a confortar los espíritus. Dice el “Sakuteiki” (el más antiguo tratado de jardinería escrito en el siglo XI y atribuido a Tachibana no Toshitsuna) que un jardín debe contener rocas, agua y árboles dispuestos de una manera armoniosa y elegante, de acuerdo a sus características intrínsecas.
El riachuelo que suministra agua al estanque principal
El Motsu-ji en Hiraizumi al norte de Honshü, la isla principal de Japón, es uno de los escasos precedentes originales de todo esto. Motsu-ji es un ejemplo de los primitivos jardines que representan la idea del paraíso en la tierra. Un lugar de belleza excepcional que se presume habitado por todo tipo de “kami”, esas deidades del “Shinto” que se relacionan con los elementos naturales. Motsu-ji, es uno de esos “Jardines de la Tierra Pura” en el que se muy posible que se encuentren también los budas en su retiro tras la transmigración. Ese entorno paisajístico concreto y escasamente artificializado es un recinto conformado en el estilo húmedo o “numa ike no yo”. Solo se han realizado allí pequeñas y sutiles transformaciones: para ello. Cuenta con un pequeño riachuelo que acompaña al visitante con el sonido del agua en movimiento y un gran estanque delimitado por pequeñas extensiones de arenilla cuidadosamente acopiadas y rodeado por la fronda de bosques que se nos presentan como naturales o naturalizados. Una alineación de rocas hincadas y alineadas en el borde del agua nos induce a pensar en una presencia intuida.
Las estrategias de la jardinería japonesa están apoyadas inicialmente en la topografía, así como en la posterior introducción de rocas que constituyen casi el esqueleto del espacio que se quiere construir. Cada piedra es seleccionada con sumo cuidado y tiene un carácter sagrado espiritual al reconocerse como la morada de algunos espíritus. Luego vendrá la articulación de los recorridos del agua y de los estanques a modo de pequeños océanos en los que se inscribirán islas y en sus bordes se tratarán las orillas a manera de playas de grava. Para los japoneses, Suijin es la diosa sintoísta relacionada con el agua, una divinidad benévola que habita en lagos y ríos y que se suele representar como una piedra hincada en la orilla. Como se puede apreciar maravillosamente en el Motsu-ji.
Celebración del “Gokusui no En” en el jardín del Motsui-ji
En ese jardín se celebra el festival “Gokusui no En” durante el mes de Mayo. En ese evento, sobre las praderas de hierba cuidadosamente recortada que circundan el riachuelo, se sientan los hombres a componer poesía vestidos a la manera de la corte del pasado mientras las mujeres ataviadas con primorosos “kimonos” recogen tazas de sake que vienen transportadas por la corriente de agua. Se trata de inducir la inspiración estética melancólica del llamado “wabi sabi” para lograr una mayor longevidad en esta tierra.
Los jardines naturalizados como el que se describe, son artefactos altamente intelectualizados que, sin embargo, nos inducen a la contemplación y el disfrute de la belleza natural, casi a recuperar su sacralidad olvidada. En esos lugares maravillosos, la interacción de piedras, agua y árboles permite la relajación más allá de lo visual, introduciendo la percepción de los sonidos animales y del frescor generado por el viento sobre el agua. Se convierten así para los budistas en herramientas con las que purificar la mente atenuando la distancia entre el interior del sujeto y la naturaleza.
Se trata de inducir la aparición del silencio mental para permitir un despertar a una esencialidad interior. Una maravilla intelectual de una sensibilidad extrema propia de un pueblo tan refinado como el japonés.
Más Información:
El templo Motsu Ji de Hiraizumi. Japonismo 04/08/2004
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