Al despertar. De la exposición Seda de Caballo. Manuel Vilariño, 2011
Manuel Vilariño es un fotógrafo que nos hace sutiles preguntas a partir de la contemplación de sus grandiosas imágenes. Es alguien que trata de establecer un puente de comunicación con los sentimientos profundos de las personas a través de la representación del paisaje.
En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Fotografía que concede el Ministerio de Cultura El conjunto de su obra de varias décadas ha sido expuesta en el Centro Gallego de Arte Contemporáneo, el Círculo de Bellas Artes de Madrid, la Bienal de Venecia y ha viajado por numerosas ciudades del mundo.
Observar las fotografías de gran formato de Vilariño nos induce a remontarnos a territorios remotos en los que indagar sobre nuestra soledad en el paso por esta realidad.
Retrato, de la serie Bestias involuntarias. Manuel Vilariño, 1981-1989
Todo poeta trata de descubrirnos mediante artilugios comunicativos, palabras, imágenes, sonidos, etc., la revelación del placer que surge del conocimiento de lo único. Una emoción que nos traslada a una comunión con el mundo, con las cosas y con los semejantes que nos rodean. Y la naturaleza nos ofrece un umbral para esa comunicación a través de la contemplación y la descripción del escenario para ese testimonio personal e intransferible.
Desde que los románticos descubrieran la idea de lo sublime, algo así como la belleza extrema que nos puede llevar al éxtasis, el paisaje salvaje se nos presenta como una interrogación sobre los orígenes. Y es sobre este material mental sobre lo que ha querido indagar el poeta y fotógrafo gallego Manuel Vilariño.
Según Dionisio Longino en su Libellus de Sublimitate, lo sublime es una elevación y excelencia en el lenguaje que genera la grandeza de percibir el todo en un instante. De acuerdo a ello, Vilariño sigue ese camino para mostrarnos aquello que proporciona un material intelectual sobre el que divagar en nuestras propias reflexiones ontológicas. Casi un “koan”, un acertijo a la manera zen sobre las razones de nuestro paso por este mundo.
Amanecer. Manuel Vilariño, 1999
En la serie “A la aurora” , Vilariño nos presenta un recorrido personal por los gélidos paisajes y playas de Islandia. Casi una peregrinación a la búsqueda de lo primigenio en la geología de las lavas y efluvios enfriados. Miramos esas imágenes de acantilados verticales, como la denominada “Al despertar” y surgen en nuestra mente sugerencias melancólicas sobre la mineralogía remota de los eones. Algo así como la interrogación esencial sobre las razones de nuestra impermanencia en este mundo de volcanes, playas de arena basáltica y océanos infinitos. Todo ello, justo en ese momento pleno de matices y sugerencias en que brota la aurora para descubrirnos cada día la existencia en este mundo.
Desde mi perspectiva local, viendo estas imágenes pareciera que existe un tenue hilo de comunicación entre los que habitamos esas orillas frente al Atlántico. Ese mar de afuera que nos acompaña permanentemente en nuestras vidas, sugiriendo un más allá imaginado. Desde Islandia hasta Cabo Verde, pasando por Irlanda, Galicia, Azores, Madeira y Canarias. Algunos dicen que es un paisaje colectivo que fue habitado primeramente por unos celtas ya mitológicos y que serían esos antepasados nuestros que experimentaron vivencias y pulsiones similares para adentrarse en el mar y acceder a esas geografías ignotas.
Montaña Negra, nube blanca 1 (Fragmento). Manuel Vilariño, 1999
Un rayo en la tormenta. Manuel Vilariño
Entre 1981 y 1989 Vilariño hace también fotografías de primeros planos de diversas animales y pájaros. En esos retratos diversos las “bestias involuntarias” se nos muestran inquisitivos. Preguntan quizás: ¿nos dejareis continuar viviendo en esta tierra? Es una inquisición sobre el egoísmo de la especie humana que ha colonizado totalmente el planeta relegando a esos seres que conforman el espectro biológico a remotos parajes inaccesibles, a la esclavitud del alimento o a la escueta y directa exterminación.
Los pájaros. Bestias involuntarias. Manuel Vilariño, 1981-1989
El misterio de las imágenes de Manuel Vilariño surge así de esa búsqueda personal de la esencialidad. Un territorio donde el cromatismo parece redundar y donde la soledad del espectador nos induce a una meditación sobrecogedora. Se trata de una belleza austera que comunica con gran intensidad la presencia final de la muerte como un hecho a asumir indefectiblemente.
Algo que parece irrelevante en un tiempo en que todo se traduce en la acumulación de información. Como dejo dicho Frank Zappa: “La información no es conocimiento. Conocimiento no es sabiduría, La sabiduría no es la verdad. La verdad no es la belleza: la belleza no es amor. El amor no es música. la música …, la música es lo mejor”.
Y yo diría: Lo mejor es también literatura, arquitectura y pintura. Lo importante no son los soportes y las técnicas sino la transmisión de la emoción y los sentimientos. Y desde mediados del siglo XIX, la fotografía se ha incorporado a este mejor para explicarnos y reconfortarnos con imágenes en este mundo de velocidad inaguantable.
Más Información:
Manuel Vilariño Trabajos.
Las palabras de Manuel Vilariño. Oral Memories
Muy hermosas. La primera me encanta.