Las plazas son espacios esenciales para la existencia de las ciudades. Son el lugar básico en el que se relaciona una colectividad. Las sociedades no existirían sin la presencia de una plaza en la que reunirse.
Frente a ellas se sitúan los edificios de las instituciones que organizan la vida en común, templos, ayuntamientos, palacios, etc. En su espacio vacío se producen los intercambios colectivos esenciales para el comercio y el tráfico de bienes entre las personas. Allí, se difunden las ideas y las noticias sobre los acontecimientos que influyen en las relaciones sociales de cada comunidad concreta.
Los asentamientos humanos se caracterizan por el agrupamiento de espacios para la vida en común. Los esenciales son los que se refieren al cobijo de las personas, las viviendas y casas que se construyen por iniciativa individual. Pero las plazas y calles son como el corazón y las arterias de ese nuevo cuerpo que ha decidido constituirse como una colectividad humana. Por eso, es tan importante que no se permita la privatización de las superficies en esos espacios esenciales. O sí se hace que sirva para estimular el encuentro y la riqueza de la vida en común.
También podemos percibir los espacios públicos a través de la lectura que de ellos hacen determinadas personas concretas. De sus elementos, de su atmosfera y de los personajes que los habitan. De algo de esto nos habla el escritor Antonio Muñoz Molina en un estimulante artículo que ha escrito sobre su experiencia en una plaza holandesa.
Una plaza de Ámsterdam. Antonio Muñoz Molina. El País 01/09/2012
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