Los restos de la Forma Urbis Marmorea. Frammenti di Marmo della pianta della Roma Antica. De La antichitá romana. Gian Battista Piranesi, 1756
Los mapas no dejan de ser una simplificación hacia la abstracción de la realidad cambiante que nos circunda. Son también el resultado de una mirada personal e interesada de sus autores. Tienen por tanto una lógica subjetiva que se emparenta con la visión del cartógrafo que es el que decide lo que hay que representar y como.
Un ejemplo histórico singular de relacionado con los orígenes de esta tecnología que pretende realizar una aprehensión particular de la realidad es el que representa la llamada “Forma Urbis“. Es un mapa que fue hecho en piedra para representar aspectos concretos de Roma en el momento de esplendor imperial de la ciudad. Allí se pueden contemplar la figuración de sus edificios y propiedades más sobresalientes.
Representación del Foro Romano en el último tercio del siglo XVIII. Veduta di Campo Vaccino. Aguafuerte de perteneciente a la serie Vedute di Roma. Gian Battista Piranesi, 1772
En origen, construir una cartografía ha sido tradicionalmente una actividad dirigida a una interpretación específica de la realidad física y geométrica, seleccionando para ello temas variados que se inscriben en la geografía. Los mapas son así pequeñas guías que nos ayudan a entender intelectualmente la complejidad del mundo en el que nos desenvolvemos. El método empleado para ello por el cartógrafo es el de la generación de imágenes que interpretan aspectos concretos y parciales de una totalidad inabarcable racionalmente con una mirada simple.
Los mapas son por ello, un ejercicio de reflexión intelectual introspectiva que expresa las preocupaciones de sus autores a la búsqueda de una representación específica de problemas y características determinadas. Una herramienta que aspira a la precisión para ahondar en el conocimiento de las cosas y los lugares. Y que establece unos códigos que luego deben descifrarse por cada intérprete en el justo acto de su lectura
A este respecto es interesante atender a la distinción que establecen Gilles Deleuze y Félix Guattari en su libro “Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia” entre calco y mapa. Según estos autores la lógica del calco nos lleva a la reproducción de las imágenes hasta el infinito; mientras que el mapa se definiría solo en la primera interpretación de ese espacio cartografiado que luego puede ser calcado o no. Para Deleuze y Guattari (pp.17-18)
Si el mapa se opone al calco es precisamente porque está totalmente orientado hacia una experimentación que actúa sobre lo real. El mapa no reproduce un inconsciente cerrado sobre sí mismo, lo construye. Forma parte del rizoma. El mapa es abierto, conectable en todas sus dimensiones, desmontable, alterable, susceptible de recibir constantemente modificaciones. Puede ser roto, alterado, adaptarse a distintos montajes, iniciado por un individuo, un grupo, una formación social. Puede dibujarse en una pared, concebirse como una obra de arte, construirse como una acción política o como una meditación.
Como ocurre con la Forma Urbis Marmorea. Un mapa singular que es una representación escultórica encargada al parecer, por el emperador Septimio Severo a comienzos del siglo III con fines catastrales y de definición precisa de las propiedades existentes en la ciudad de Roma. Era un mapa masivo que representaba con cierta fidelidad planimétrica y a una escala homogénea muchos edificios singulares de la capital del imperio en su situación precisa. Colocado originalmente en una de las paredes interiores de un pequeño edificio conmemorativo que todavía existe -y está situado en el entorno de los foros romanos- el templo de Rómulo o Aedes Vespasiani y que estuvo previamente dedicado a Jupiter Stator. Actualmente, el edificio original se conserva parcialmente como ruina, ha sido basílica de San Cosme y Damiano y también sede de la Academia de San Lucca.
El lugar de la Forma Urbis en los Foros Romanos. Localización del templo de Vespasiano sobre la planimetría en la que se localizan los antiguos monumentos realizada por Rodolfo Lanciani a principios del siglo XX.
Segun Wikipedia, la Forma Urbis se ejecutó mediante un conjunto de 150 planchas de mármol y que alcanzaba un tamaño de 18 por 13 metros. Era una representación esculpida en bajorrelieve de la planta de numerosos edificios, entre ellos los hipódromos, teatros, termas y baños junto a algunas casas en patio o insulas importantes y/o significativas. Todos ellos situados en la parte central de la ciudad lo que lo convierte en un documento extraordinario para conocer la organización urbanística de la ciudad en el momento de mayor desarrollo histórico. Hoy, la Forma Urbis ha desaparecido como tal en su integridad y solo conocemos su alcance por fragmentos que han ido siendo encontrados a lo largo de los últimos quinientos años.
Fundamentalmente, este mapa hizo una representación simplificada de los edificios definiendo sus bordes y una simplificación de sus interiores con la ayuda de puntos y líneas como símbolos abstractos que representaban la disposición de columnas y paredes. Algunos edificios se distinguen por su denominación grabada en latín lo que ha permitido establecer una correlación entre sus descripciones escritas y su forma arquitectónica original.
Durante los siglos oscuros en los que transcurre la Edad Media, la Forma Urbis fue desmontada y rota en numerosos pedazos y empleada para los más diversos fines constructivos y decorativos. A comienzos del Renacimiento un grupo de estudiosos residentes en Roma empezó a preguntarse sobre las numerosas ruinas que existían en la ciudad; y especialmente en el llamado Campo Vaccino (el área ocupada por los restos abandonados de los foros imperiales). Ese interés acabaría desatando un esfuerzo colosal dedicado a estudiar ese glorioso pasado urbanístico realizado por un grupo de artistas, reconocidos entonces como anticuarios.
Idea aproximada de la Roma Antigua incluida en la Antiquae urbis Romae cum regionibus simulacrum, diseñada por Fabio Calvo y publicada en Roma en 1532.
Detalle del plano de Roma denominado Antiquae Urbis Imago Accuratissime ex Vetusteis Monumenteis Formata de Pirro Ligorio, 1561
En el Renacimiento, uno de los primeros que realiza un inventario de los monumentos existentes en Roma es Fabio Calvo que ejecuta en 1527 su grabado titulado Antiquae urbis Romae cum regionibus simulacrum (Antigua ciudad de los Romanos con simulacro de sus regiones). Es una representación esquemática que define a la ciudad como un círculo de murallas atravesado por el río Tiber dentro de las cuales se inscriben los principales monumentos de una manera aproximada. Décadas más tarde Pirro Ligorio amplía ese trabajo y genera su descripción titulada Antiquae Urbis Imago Accuratissime ex Vetusteis Monumenteis Formata (Antigua imagen de la ciudad formada por sus precisos y vetustos monumentos) que es una obra impresa que se divide en doce láminas y en donde su autor pretende una representación tridimensional más prolija de los monumentos existentes inscritos en la ciudad antigua.
Pianta di Roma. De La antichitá romana. Gian Battista Piranesi, 1756
No obstante, sería Gian Battista Piranesi en la tradición de los anticuarios quien tras el extraordinario esfuerzo cartográfico de Nolli, su maestro, intenta realizar una interpretación de esos restos existentes en la ciudad de Roma, heredados del pasado. Piranesi realiza para la serie de grabados de La Antichitá Romana en 1756 un plano extraordinario en el que refleja el espacio geográfico aproximado de la ciudad delimitado por el trazado del río Tiber; y en el que también se hace una interpretación de la disposición de las carismáticas colinas que caracterizan la topografía de la urbe italiana. Allí aparece el gran vacío que en la época de César suponía el Campo Marzio junto a una de las revueltas del río. En esa representación se sitúan alrededor imágenes que representan a piezas sueltas e inconexas de la Forma Urbis. Probablemente serían algunos de los fragmentos conocidos entonces del mapa original de Septimio Severo.
Para Piranesi sería una antesala a su curioso proyecto posterior, la fabulosa Ichonographia Campi Martii antiquae urbis (Iconografía de la antigua ciudad de los Campos Marcianos) planta especulativa de una parte de la ciudad de Roma dibujada, grabada y publicada por el autor en 1762. En esa compleja y extensa recopilación de formas arquitectónicas en planta, el genial arquitecto italiano se inspiraría en aquellos planos de edificios expresados en los pedazos de la Forma Urbis y recopilados con extremado interés y dedicación por numerosos estudiosos antes que él.
Pero esas formas darían pie a Piranesi a inventar de una manera extraordinaria el espacio vacante. Sería un esfuerzo creativo muy superior y rico al que ya había intentado dos siglo antes Pirro Ligorio. En esa Iconografía, el arquitecto veneciano expresa de una manera genial su culto reverencial por las maravillas arquitectónicas presentes en la ciudad como herencia de un pasado remoto. Como se formula en el magnífico trabajo de interpretación y análisis realizado por Pier Vittorio Aurelli que forma parte de The possibility of an absolute architecture (La posiblidad de una arquitectura absoluta),
Piranesi presenta una imagen de Roma en la cual varias ruinas existentes del pasado imperial se mantienen aisladas sobre un paisaje desolado. Sin representar la ciudad existente ni la antigua, ese grabado dibuja las pocas ruinas supervivientes en el tiempo de Piranesi, menos el contexto de la Roma moderna: las ruinas no se restauran sino se representan en su condición actual como si hubieran sido liberadas de todas las capas añadidas subsecuentemente. Aquí las ruinas pueden leerse como aquello que había sobrevivido al transcurso del tiempo en la ciudad y como las guías conceptuales para la reconstrucción de una nueva ciudad.
Ichonographia Campi Martii antiquae urbis. Gian Battista Piranesi, 1762
Y es a esa tarea magna a la que aplica su inventiva el gran grabador y arquitecto barroco en un esfuerzo de poner en evidencia la posibilidad de una nueva ciudad restaurada basada en las formas y caligrafías de un pasado de esplendor cultural.
El esfuerzo de los anticuarios sería sucedido por el esfuerzo ya más científico de los arqueólogos, hasta llegar casi en nuestros días. Durante el siglo XIX y XX se han realizado importantes trabajos de documentación que han conducido a un reconocimiento cada vez más preciso de los restos heredados de la antigua Roma. Como el magnífico plano de Rodolfo Lanciani, representativo de la disposición precisa de los monumentos en ruina que existen hasta hoy en el Foro Romano. Es un trabajo formado por 46 láminas a escala 1:1000 que realizó Lanciani entre 1893 y 1901 para detallar todo el conocimiento acumulado sobre los restos de la antigua ciudad de Roma.
Hoy existe una voluntad por recuperar la mayor parte de la Forma Urbis recolocando en su preciso lugar las piezas y fragmentos que han sobrevivido a la incuria histórica ocurrida en casi dos milenios . Actualmente se conocen 1800 trozos pétreos de ese documento. Sobre ellos, la Universidad californiana de Stanford está realizando el trabajo para su integración y colocación en el lugar correspondiente, en un esfuerzo por reconstruir ese mosaico o galimatías de fragmentos heredados. Es la continuación contemporánea del trabajo de interpretación espacial de la ciudad de Roma que se iniciaría hace ya casi quinientos años.
Hay historias que dan para mucho.
Una de las 1800 piezas conocidas de la Forma Urbis Marmorea
Más Información:
Lanciani: Forma Urbis Romae 1893-1901. De la colección fotográfica en la red de René Seindal y Valentina Derito
The possibility of an absolute architecture. Conferencia de Pier Vittorio Aurelly en la KTH Arkitekturskolan, 2012
Forma Urbis Romae. Stanford Digital Project
Hola,
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esperando su respuesta, gracias por adelantado.
atentamente
Paolo Venturella