En el otoño de 2010, la Tate Gallery londinense inauguraría una curiosa muestra compuesta por millones de piezas artificiales en forma de pipas de girasol. Una gigantesca escultura del artista chino Ai Weiwei que se extendería por la famosa Sala de Turbinas del museo británico.
Ai Weiwei es un creador controvertido que plantea obras que nos hacen reflexionar sobre las contradicciones en que vivimos nuestra contemporaneidad. Una de sus principales preocupaciones es la lucha contra las injusticias, la explotación excesiva y la ausencia de libertad de expresión en su inmenso país de origen.
Para él, una manera de expresar estas contradicciones es realizando obras singulares y sorprendentes, como esta centena de millones de pipas de girasol, fabricadas en cerámica y pintadas a mano por más de 1600 personas de una pequeña localidad del interior de China. Lo intrigante y realmente provocador es que en este trabajo utiliza elementos que son una clara referencia a la cultura milenaria de sus compatriotas y, al mismo tiempo, da sustento durante meses a un grupo numeroso de ellos que no llegan a comprender cabalmente las razones de ese esfuerzo. Como el mismo artista señala, este hecho circunstancial se integrará en la historia del sitio como una referencia mitológica de un momento temporal a explicar a las generaciones venideras.
Reivindica así la necesidad de recuperar el trabajo para dar sentido a la vida de millones de personas actualmente en el mundo, desposeídas de los más elementales bienes y servicios en aras de una injusta y creciente concentración de la riqueza.
Mientras, en su intención, los receptores occidentales lo comprenderán como una muestra y representación de la industriosidad de todo pueblo chino. Un conjunto inmenso de personas que engloba a una quinta parte de la humanidad y que se ha ideo constituyendo a lo largo del último tercio del siglo XX en la fábrica planetaria. De allí recibimos la mayor parte de los productos fabricados, aquellos que consumimos bajo la referencia del “Made in China”.
Pero también el proyecto tiene una connotación profundamente democrática dentro del absurdo consumismo que vivimos en las sociedades occidentales: cien millones de personas podrían acceder teóricamente a poseer un vestigio de este artístico agregado global. La propia Tate Gallery compraría 8 millones de las diminutas piezas que componen la obra para integrarlas como una pieza más de su colección. La exposición de esta parte de la obra se ha concebido como un gran amontonamiento cónico que ocupa una de las múltiples salas del museo.
Alguien la definiría como una escultura singular pero lo más importante de este proyecto estético colectivo es que nos obliga a reflexionar sobre la importancia del trabajo de las personas y la necesidad de recuperar una suerte de artesanía que libere a grandes masas de la población de la miseria y la explotación de esas mismas multinacionales que financian y patrocinan expresiones como la que Weiwei nos propone.
Como podemos vislumbrar, una profunda sabiduría y una intensa reflexión resuman de la contemplación de esta “escultura”. Algo que tiene numerosas capas de lectura y que nos plantea cuestiones que nos afectan profundamente a todos los que habitamos este planeta. En el video siguiente, el propio Ai Weiwei explica algunas de las razones que le llevaron a proponer este trabajo singular.
Más información:
Ai Weiwei: Pipas de girasol. The Unilever series 2010. Tate Modern
Las semillas de Ai Weiwei en la Tate Modern. The Guardian 05/03/2012
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