Robert Adams y la melancolía del paisaje

Un patio trasero. Colorado. Robert Adams, 1968

En la fotografía contemporánea existen algunos autores especialmente interesados en explicar el paisaje desde una perspectiva cultural contemporánea. El americano Robert Adams es uno de esos artistas, alguien que transmite en sus imágenes un sentimiento melancólico en relación a su visión del territorio situado al oeste de los Estados Unidos.

Parque de casas móviles. Denver, 1974

En 1975, la George Eastman House de Rochester en Nueva York, produjo una exposición titulada “Nuevas topografías: fotografías de un paisaje humano alterado”. En ella un grupo de artistas entre los que se encontraba este fotógrafo trataron de establecer una nueva manera de entender el territorio menos ligada a la conmovedora belleza de lo natural. Desde entonces estos fotógrafos han recorrido el país intentando contar en imágenes el carácter específico de los estados Unidos. Como ha hecho Robert Adams.

Aquellas pequeñas imágenes en blanco y negro que a partir de allí se han acumulado pretendían establecer un inventario de esas transformaciones grandes y pequeñas que la humanidad misma produce en el espacio geográfico en una acción constante. Una continua actividad que deja trazas imborrables sobre la naturaleza heredada y de la cual normalmente no nos damos cuenta. Es una denuncia casi de la visión romántica de la naturaleza salvaje que nos ofrecieron los grandes nombres de la literatura de aquel país, Emerson, Thoreau, etc. un estado que es hoy muy difícil de percibir. Por ello, la expresión de estos autores trata de superar aquella belleza ideal de lo natural que practicaba la fotografía del paisaje para establecer un nuevo paradigma más adaptado a estos tiempos.

La obra de Adams alcanza a una vastedad de imágenes inabarcable. Miles de tomas conforman una mirada particular que pretende ser aséptica, casi una descripción notarial de unos lugares encontrados en un vagabundeo errante sin objetivo concreto. Ha dedicado más de cincuenta años a recorrer con su mirada los espacios de colonización reciente situados en el occidente del inmenso continente americano. Lo que destaca de su obra es una obsesión por reflejar la huella humana sobre unos lugares que constituían paisajes salvajes e intocados hasta hace escasamente un siglo.

En general, su estilo se caracteriza por una gran economía expresiva y la simplicidad conceptual de sus fotografías. Al mismo tiempo, nos enfrenta a una gran tristeza y pena, la que se deriva de las formas en que la vida transcurre en los inmensos espacios americanos. Las grandes planicies americanas, en Nebraska, en Colorado, etc. son un territorio en el que se ha impuesto una especialización productiva ligada a la agricultura extensiva. Unos lugares inmensos enmarcados en la distancia lejana por las grandes Montañas Rocosas y en el que la gente se ve obligada a transcurrir su existencia en una gran soledad. Las muchedumbres que se acostumbran en las ciudades están ausentes allí, en esas vastas plataformas horizontales destinadas a los cultivos de trigo y maíz. Las separadas aglomeraciones urbanas son espacios sin historia y, al mismo tiempo, constituyen la esencia del carácter norteamericano. Lugares de muy escasa densidad, donde las personas habitan suburbios impersonales. Podría ser también un correlato en las planicies de aquella forma de entender la cultura americana que Edward Hopper vislumbró en las ciudades.

North Keota. Colorado. 1989

Se puede deducir así que lo inconmensurable entronca con una forma de ser característica de lo americano. En esos espacios, la presencia permanente de un paisaje inmenso y amenazante se impone desde unos horizontes lejanos lo que impide una experiencia cómoda y una relación de igualdad con los lugares. Y también la soledad que surge como un hecho inherente a unos sitios anónimos y serializados, en los que es imposible encontrar un anclaje. El territorio se convierte así en un marco despiadado en el que no se encuentra arraigo, que fomentan la separación radical de los individuos y la ausencia de sentido de comunidad.

Ver estas imágenes nos traslada a un estado de inhumanidad, que nos genera una gran añoranza y desazón por una enorme pérdida y alienación experimentada. Esa que ha supuesto la inexorable destrucción de los hábitats más amables, que se ha producido en un corto período de tiempo; aquellos que han sido disfrutados por la especie humana durante decenas de miles de años.

Mas información:
Robert Adams: el lugar donde vivimos. Retrospectiva en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. مدريد, 2013 

Longmont, Colorado. Robert Adams, 1982

Mirando más allá de los narajales en San Bernardino, California. Robert Adams, 1983

Parque de casas móviles. Denver. Robert Adams, 1974

Longmont, Colorado. Robert Adams, 2007

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