Una anticipación del futuro espacio residencial londinense que se avecina. Proyecto Ludgate and Sampson House en Southwark. PLP Architecture, 2013
Hoy en día, tanto la escultura como la arquitectura monumental que se situaba en los espacios públicos han perdido gran parte de su carácter conmemorativo tradicional. En el pasado esas piezas se pensaban para significar la magnificencia y alcance de los distintos poderes, como la monarquía, la iglesia, etc. Mientras, el poder ha mutado y hoy sus antiguos detentadores son en el mejor de los caso meras figuras sociales decorativas. Y con la sustitución de las hegemonías por otras de nuevo cuño, esas artes han perdido gran parte de su habitual valor conmemorativo.
En contrapartida, las grandes corporaciones financieras y los conglomerados económicos transnacionales que no presentan una imagen física reconocible han venido a ocupar ese vacío. Son entes sin una personificación definida que, sin embargo, tratan de otra manera de ocupar ese territorio de otra manera más sibilina y sutil. Y, al final, también buscan expresar su poder mediante una representación construida en las ciudades más significadas.
Esta predisposición ha ido incrementándose con los años apareciendo unos monumentos de nuevo cuño, como la que representan los edificios en altura. El fenómeno mundial de los rascacielos y su ocupación creciente de los paisajes urbanos más reconocibles entra dentro de esta transformación del concepto de la monumentalidad contemporánea. Los nuevos poderes en la sombra han acabado imponiendo la idea de que esas formas construidas son la expresión paradigmática más avanzada del desarrollo y el progreso.
Una recreación del paisaje fluvial futuro de la ciudad de Londres. New London Architecture Exhibition
En 1991, la socióloga Saskia Sassen acuñó el término Global Cities para designar a tres ciudades concretas, Nueva, York, Londres y Tokio. A lo largo del siglo XX, cada una de ellas se ha ido instituyendo como referencia regional para algunas zonas concretas del planeta, como son el Sureste Asiático, Europa y África y Norteamérica respectivamente. Desde la aparición de su libro, el desarrollo económico experimentado y los cambios tecnológicos ocurridos han significado un cierto retroceso de la primera y el estancamiento de la última. Mientras tanto, Londres sigue luchando denodadamente para convertirse en la metrópolis de mayor dinamismo planetario.
Sassen señalaba así un fenómeno en curso por el cual la mayor parte de las actividades económicas tendían y tienden a la ultraespecialización y a la dispersión a lo largo y ancho de la geografía. Al mismo tiempo, se está produciendo una integración global de los mecanismos de control y comando del conjunto de esas actividades: una forma de organización compleja que permite una gestión centralizada de los mercados en los que se produce el comercio de mercancías y servicios. Debido a ello, determinados espacios urbanizados están concentrando de manera acelerada funciones muy sofisticadas, relacionadas con -entre otros- los servicios financieros avanzados, el control y dirección logística orientada al tráfico de mercancías, el asesoramiento legal transnacional y las estrategias publicitarias de masas. Mecanismos de alta especialización imprescindibles para la viabilidad de aquellas empresas de vocación global que estaban acumulándose en determinados lugares privilegiados del planeta, muy rápidamente ya desde hacía más de medio siglo.
A la cabeza de estas tendencias figuraban las ciudades citadas, caracterizadas como aquellos lugares de mayor concentración de los poderes situados en el timón de mando económico mundial. Junto a ellas, una pléyade de enclaves de segundo y tercer nivel en lucha y competencia despiadada por lograr adquirir un mejor papel dentro de la cadena logística y de mando y control de los flujos económicos. En el caso europeo, y en el entorno hispanohablante específicamente, es paradigmática la apuesta de Madrid por adquirir ese rol a toda costa, lo que ha llevado a esa región metropolitana a un crecimiento explosivo en las últimas décadas, en una búsqueda de una hegemonía nacional sin sustento aparente. Y, finalmente allí, a una crisis difícil en la que han fallado los contrapesos sociales y la garantía de un acceso ordenado a los recursos colectivos.
En los últimos años., Londres ha experimentado un crecimiento espectacular al frente de esta tendencia a la concentración del poder y, en consecuencia, han empezado a aparecer una serie de potentes edificios emblemáticos que tratan de acomodar estas actividades de comando. Primero, empezaría con timidez en el espacio conocido como la City, para luego apostar por una remodelación amplia de un sector de los muelles de la ciudad abandonados en Canary Wharf. Actualmente, el proceso está experimentando una eclosión espectacular sin que se puedan identificar con claridad ámbitos concretos de desarrollo. En toda la gran conurbación londinense hay hoy en marcha más de 200 operaciones inmobiliarias enfocadas a la construcción de edificios con una altura superior a treinta planta, diseminadas por diversos enclaves de la ciudad.
Es un fenómeno apoyado políticamente a la búsqueda de unas ventajas ligadas a la expansión de la ideología neoliberal y a la consolidación del capitalismo financiero. Pero también ha coincidido con una etapa de descalabro económico en la que, al parecer, se ha acudido a la expansión inmobiliaria como palanca para contrarrestar el decaimiento de la economía en la capital británica. Los anglosajones demuestran con esto su pragmatismo cortoplacista a la búsqueda de estrategias fáciles y rentables. Y no dudan así en potenciar una estimulación inversora salvaje que no se plantea las evidentes consecuencias futuras que una burbuja de este tipo puede acarrear. Las transformaciones paisajísticas radicales, evitadas con rigor en el pasado, son hoy allí perceptibles como un peaje por el que hay que pagar para garantizar el bienestar y la acumulación de riqueza.
Maqueta desarrollada para la propuesta de la torre Mansion House en Queen Victoria Street. Mies van der Rohe, 1967. Imagen extraída del libro de Peter Carter, Mies at work
En Londres, existe ya una serie relevante de varias decenas de edificios icónicos que responden a este patrón amante de la altura. Sin embargo, no siempre ha sido así. A finales de los años 60 del siglo XX, el mismísimo Mies van der Rohe estuvo a punto de generar allí uno de sus oscuros monolitos de bronce y vidrio. El proyecto de la llamada Mansion House que se pretendía construir en Queen Victoria Street era una propuesta de prisma cristalino -muy parecida al Seagram Building de Nueva York- que contaba además con la apertura de una plaza en su frente tras la demolición de un edificio triangular. Era una iniciativa de Peter Palumbo, un avispado promotor inmobiliario que contrató al maestro alemán residenciado en América, para construir un contenido rascacielos de solo veinte plantas. Era una propuesta urbanística consecuente con su emplazamiento que mejoraba notablemente las condiciones urbanas de la trama medieval característica. Ese intento pionero de introducir una arquitectura monumental de grandes alturas en la ciudad británica sucumbiría ante las fuertes protestas conservadoras que no permitirían entonces la redefinición en clave contemporánea del panorama urbano. El fuerte carácter del ropaje clásico de la arquitectura londinense se hubiera podido así ver cuestionado por un intruso de nuevo cuño.
Y, además -añadiendo aquel elemento- parecía entrarse en una indeseable era de perturbaciones paisajísticas que incorporarían una competencia volumétrica a la silueta de la cúpula de la catedral de San Pablo, ese icono histórico que impone su presencia religiosa sobre el horizonte de la ciudad. Desde aquel momento, la pujanza del sector financiero acabaría por vencer esas débiles barreras ideológicas en la forma de entender la ciudad. En los años subsiguientes surgirían inevitablemente numerosos edificios que han acabado arrinconando el templo diseñado por el gran maestro del clasicismo británico, Sir Christopher Wren. Ha sido una transformación en la que el venerable carácter monumental de Londres ha sido arrollado por la fuerza de los hechos. El pragmatismo y la influencia de los nuevos poderes ligados a la acumulación de riqueza han acabado venciendo al romanticismo de los aristócratas venidos a menos.
Con el tiempo, el entorno próximo a Saint Paul se iría rellenando con otras torres de oficinas más mediocres que los londinenses admitirían sin recato, como un precio a pagar por la integración hegemónica de la ciudad en las redes globales de los flujos de capital, personas e información. Finalmente, el denominado movimiento de la High Tech acabaría derribando allí todas las objeciones cultas y de la élite académica a una arquitectura del poder económico. Se impondría la idea de progreso tecnológico como la imagen conveniente para la renovación de la ciudad.
Nuevo Masterplan para la zona de Canary Wharf. Allies&Morrison Architects, 2013
Propuesta de estructura cilíndrica residencial en Wood Wharf. Herzog&deMeuron, 2013
Dentro de este contexto de transformación radical, en la zona de los antiguos muelles, situados al Este siguiendo el curso del río Támesis, se intentaría una operación inmobiliaria de mayor calado. El distrito de negocios de Canary Wharf introduciría el concepto de la desregulación urbanística en Gran Bretaña. Se trataba de dar completa libertad a operadores inmobiliarios transnacionales para que imaginaran y construyeran un ámbito atractivo para los inversores provenientes del exterior. En el espacio de los muelles antiguos se buscaba la regeneración de una inmensa superficie que incluía numerosas islas fluviales y espacios portuarios abandonados. En 1990, la inmobiliaria canadiense Olympia&York lideraba esta operación, cuyo descomunal tamaño y volumen inversor la llevaría finalmente a la ruina como consecuencia de los cambios en las expectativas de mercado. Con los años, el proceso ha seguido adelante dejando allí un reguero de nuevas torres que puntúan el paisaje metropolitano londinense. Hoy Canary Wharf ha conseguido remontar aquel descalabro y es un espacio de negocios vibrante que ofrece una alternativa a la tradicional City. Inicilamente, se identificaría en el paisaje de la ciudad con el hito urbano que representa la torre de One Canada Square situada en Isle of Dogs. Un anodino monolito cuadrangular de fachadas de aluminio, proyectado por la firma americana de Skidmore, Owins y Merryll y que supera las cincuenta plantas.
Así, en desarrollo de esta nueva fase expansiva se irían situando paulatinamente en las callejuelas de la City edificios de gran y sofisticada factura constructiva junto a un coste elevado de ejecución y mantenimiento. Primero, la pionera sede de la Aseguradora Lloyd’s de Richard Rogers en Leadenhall Place, terminada en 1986; y un cuarto de siglo más tarde, el llamado Pepinillo (Gherkin) de Foster Ass. de 2003. Entre los recientes hitos destaca también el llamado Pináculo, una aguja en espiral que ha alzado ya sus 65 plantas hacia el cielo, estableciendo su hegemonía volumétrica junto al Gherkin de Foster y que ha sido diseñada por la oficina neoyorquina de Kohn, Pedersen y Fox. Más recientemente, en 2012, se ha construido la conocida Astilla del italiano Renzo Piano que ostenta el record de altura con 87 plantas. Gherkin, Shard, Pinnacle, toda una colección de monolitos arquitectónicos diversos de brillante factura tras los que se escuda un ejército de rascacielos mucho más insulsos con apodos ocurrentes que hacen referencia siempre a sus caprichosas formas (Cheesegrater, Scalpel, Can of Ham, etc.) que han transformado ya la percepción global de la ciudad.
Implantación hegemónica de The Pinnacle en la City londinense. Kohn, Pedersen y Fox Architects, 2003
La amenazante presencia del rascacielos The Shard. Renzo Piano Building Workshop, 2012
Como el también conocido popularmente como Walkie-Talkie, del grupo promotor de Canary Wharf, proyectado por la oficina del arquitecto argentino residente en Nueva York, Rafael Viñoly. Un volumen amorfo que está a punto de terminarse y cuya fachada convexa ha producido problemas de soleamiento en el espacio público al concentrar la carga solar en determinados puntos de la calle. Una forma volumétrica absurda que oculta unas apetencias especulativas desaforadas y ha conseguido elevar hasta límites peligrosos e intolerables la temperatura ambiente en el cada vez más reducido espacio público.
Tras la avalancha de estructuras de oficinas y espacios en los que se han ido situando actividades administrativas y de gestión, parece que toca concentrarse en la producción de nueva edificación residencial. Para los nuevos residentes, la centralidad –y sobre todo aquella ligada a las grandes metrópolis altamente equipadas y que cuentan con potentes atractivos culturales y de ocio- es un valor hoy por encima de otra consideración. A este rico panal están acudiendo manadas de inversores y especuladores inmobiliarios provenientes de todo el mundo.
The City, Canary Wharf, Nine Elms y Southwark. Áreas de mayor concentración de edificación en altura en el entorno metropolitano londinense.
Hoy en día, existe una auténtica fiebre para situar en Londres cientos de edificios altos aprovechando la permisividad que se ha abierto al respecto desde las instituciones públicas. Se estima que hay más de 230 iniciativas en marcha para llenar las márgenes del río Támesis con torres de todo tipo. Ante esa golosísima perspectiva de ingentes beneficios económicos, hacia allí ha acudido una importante masa de capital con el objetivo de implantar su torre emblemática. Tras ellos, y en una asociación que evidencia la verdadera cara de la arquitectura de marca, numerosos equipos de arquitectos multipremiados y reconocidos mediáticamente.
Es el caso de los suizos Jacques Herzog y Pierre de Meuron que, tras darse a conocer allí en actuaciones de equipamiento colectivo, como las sucesivas remodelaciones de la Galería Tate y la contenida Escuela de Danza Laban situada en Greenwich, han vuelto a la ciudad para firmar una torre residencial de planta circular en pleno Canary Wharf. Pero no solo ese reconocido equipo de Suiza pretende participar del festín. En los próximos años, tanto el británico Terry Farrell con su propuesta Art Deco, denominada Eagle Tower, como el edificio Canaletto del holandés Van Berkel y la oficina de Chicago SOM con el proyecto Lexicon, van a añadir también otras piezas a ese ballet escenográfico de torres espectaculares. Sorprende que uno de los soportes argumentales que espolea esta bacanal especulativa sea la designación de arquitectos de fama mundial para estos encargos. Es una constatación de que el peculiar ecosistema de los arquitectos estrella sigue vivito y coleando. Una muestra más de como el capital y el mercado pretende reducir la arquitectura a una herramienta de marketing orientada a la venta de producto inmobiliario. De cómo determinados nombres profesionales supuestamente vanguardistas avalan espurios intereses económicos aportando imágenes grandilocuentes y vacías sin un verdadero contenido renovador de la disciplina.
Perspectiva aérea de la futura Eagle Tower del británico Terry Farrell
El espacio residencial privilegiado propuesto para el edificio Canaletto. Ben van Berkel and Bos
Dentro de toda esta tendencia inmobiliaria de nuevo cuño, los rascacielos representan la expresión contemporánea del poder de los grandes conglomerados empresariales y de la potencia de ciudades y regiones. Ante la retirada progresiva de monarcas, dignatarios religiosos y la burguesía comercial, el espacio representativo lo han ido ocupando los grandes poderes económicos. Un verdadero banquete de beneficios para promotores y empresarios del sector inmobiliario, cuyos capitales se acumulan hoy en lugares como Londres.
Frente a la tendencia pasada de vivir en el campo rodeados de vegetación, el deseo de distinción, la representación de la opulencia y la riqueza asociada a aquellos que se consideran poderosos se está concentrando en edificios en altura que cuentan con un control y seguridad muy escrupulosos que permiten el disfrute de visuales singulares del espacio urbano central metropolitano.
Por todo ello, frente a la manipulación ideológica al uso, deberíamos empezar considerar a los rascacielos como un símbolo detestable de nuestro tiempo. Aquel que exacerba la representación de las diferencias de clase y consolida la propaganda afirmativa del poder de los conglomerados económicos. Es además, una forma urbanística que deteriora los lugares estableciendo una segregación indeseable añadiendo nuevas cargas colectivas sin contrapartida evidente más allá de espolear la aceleración circunstancial de los flujos económicos.
La edificación en altura lucha por ocupar los emplazamientos visualmente más significativos a la búsqueda de la expresión de la grandeza de sus promotores, estableciendo la diferencia y segregación a través del precio que se está dispuesto a pagar. En el pasado siglo, los poderes tradicionales han ido siendo sustituidos paulatinamente y su lugar lo han venido a ocupar esas fuerzas económicas constituidas como entes sin rostro, ni figura definidas. Sin embargo, a pesar de esa ansía por ocultarse de aquellas personas que controlan realmente los hilos del poder, las grandes empresas transnacionales han ido incrementando su avidez para representar su hegemonía global a través de esos monolitos que van inundando poco a poco nuestras ciudades junto a sus marcas omnipresentes.
Mientras, los mecanismos de propaganda política y sometimiento popular se han metamorfoseado en otros instrumentos más sutiles y de contenido propagandístico. La publicidad es uno de ellos, una estrategia sutil que amolda y prepara nuestras conciencias tanto para consumir objetos que no necesitamos como para asumir ideologías y transformaciones urbanísticas que verdaderamente nos perjudican colectivamente.
Una plaga ligada al negocio de la arquitectura que, en el caso londinense, puede conducir en los próximos años a una nueva crisis financiera ligada a la especulación inmobiliaria y que arrastre a la población a una nueva etapa de más profundo sufrimiento colectivo que beneficia única y exclusivamente a los grandes acumuladores de capital.
Perspectiva desde la ribera del Támesis de las nuevas adiciones residenciales en la zona de Southwark. Proyecto Ludgate and Sampson House. PLP Architecture, 2013