Por Joaquín Casariego Rámirez*
Litoral de la costa de Güimar en la isla de Tenerife
Durante los años sesenta del pasado siglo y provocados por una ascendente estimación de lo urbano, hasta entonces insospechada, las ciudades españolas experimentaron una fuerte expansión, con la ocupación sistemática y generalizada de sus periferias, impulsada, por un lado, por los propios organismos oficiales, pero otras veces, a través de la adquisición individual de pequeños lotes de terreno, producto de la parcelación y urbanización de antiguas fincas desactivadas: en las regiones poblacionalmente más receptivas, incluso mediante la “parcelación ilegal” de algunas de aquellas fincas. Una modalidad, esta última, que la población inmigrante aprovechó para dar salida a su alojamiento, y una ilegalidad que ni el comprador ni el parcelador-vendedor ignoraban, pero que permitía una transacción menos onerosa en la adquisición de aquellas parcelas.
Barrio de La Alegria, Santa Cruz de Tenerife, 2012
Como sea que dichas parcelaciones se producían “al margen” del planeamiento urbanístico, a los barrios producto de ese fenómeno, tan propio de las comunidades en desarrollo, se les llamó “urbanizaciones marginales”. Unos barrios que hoy se extienden por la corona urbana más reciente y que, aunque crecieron sin los mínimos servicios urbanos, su posterior formalización y su integración gradual en las tramas de la ciudades, los hace hoy, en muchos casos, casi imperceptibles.
Pues bien, Canarias fue una de las regiones españolas donde este fenómeno tomo cuerpo con mayor virulencia y, de hecho, tanto su incidencia urbanística como sus características internas, fueron, sobre todo en sus dos capitales más pobladas, especialmente estudiadas. Una circunstancia que, a día de hoy, nos permite hablar sobre el mismo con bastante criterio y precisión.
El proceso de formación de los barrios era, en síntesis, bastante simple. El propietario de una de las fincas situadas en la periferia urbana y en las proximidades a la red viaria principal, fraccionaba parte de su propiedad mediante una sencilla trama de calles, cuyo interior dividía de forma que el resultado fueran lotes edificables de pequeña dimensión. La venta progresiva de cada uno de los lotes y su posterior levante mediante construcciones muy elementales, pero definitivas, dieron carta de naturaleza a unas formas de urbanización con un fuerte componente especulativo, ya que a medida que los sectores vendidos se iban consolidando, el propietario de la finca matriz añadía un nuevo sector a aquel mercado ilegal. Un proceso que no solo era observado con naturalidad por parte de las autoridades competentes, sino que, presionadas por los nuevos residentes y sin la mínima aportación de éstos, aquellas contribuían a fortalecer, puesto que era la propia Administración, la que terminaba llevando a cabo la urbanización y posterior construcción de los equipamientos.
No fueron, sin embargo, tan específicamente estudiados los barrios ilegales situados en el litoral que, conceptualmente coincidentes con los anteriores, solo se diferenciaban de ellos en que el espacio urbanizado se concentró en el frente marítimo, en un proceso de progresiva ocupación, que comenzaba con la invasión de la orilla, para progresar, cuando fue el caso, en la dirección contraria a la del mar. En consecuencia, una ocupación de mucha mayor gravedad que las correspondientes en las zonas del interior, debido a sus claras implicaciones ecológicas y paisajísticas, pero igualmente desconsideras por quienes tenían que ponerles freno.
Es cierto que en algunos ejemplos muy contados, estas invasiones pudieron haberse producido con anterioridad (incluso con mucha anterioridad) al fenómeno descrito, mostrando así una configuración morfológica muy diferente y requiriendo, por tanto, un tratamiento urbanístico especial. Pero la construcción de estos barrios, en la mayor parte de los casos, se inició durante la década de los cincuenta y sesenta del pasado siglo (pueden verse en las ortofotos de IDECanarias de GRAFCAN), pudiendo, por tanto, ser en general tipificados como una modalidad más del “fenómeno marginal”.
Ocupación urbanística irregular de la costa en el sur de Tenerife. Ortofoto de Grafcan. 2012
Una modalidad de ocupación del suelo tan especial y particular que fenomenológicamente conviene revelar y desnudar, ya que a veces se ha intentado reconocer en ella, confundidos entre una fuerte dosis de picaresca y demagogia, adobadas ambas con intereses de todo tipo, valores de carácter etnográfico o histórico, cuando no, y esto sin el menor sonrojo, algún interés arquitectónico.
Por todo ello, es importante diferenciar la oportunidad que para algunos de sus residentes significó acceder a algún tipo de alojamiento, por precario que este fuera, y en el caso de su demolición, la obligación moral de compensarlos con una vivienda, de la brutalidad medioambiental que supone estar ocupando (y “ocupando” es, en ocasiones, casi “nadando en”) una clase de espacio de la más alta fragilidad ecológica y mayor valor paisajístico de las islas. No creo que sea necesario insistir en la importancia gradual que la recuperación del borde litoral está suponiendo para el archipiélago, no solo en términos de su mejora ambiental, sino también cara a su futuro económico y turístico.
Esperemos, por tanto, que el proceso iniciado de recuperación de nuestro borde litoral continúe, y no únicamente el protagonizado por este tipo de asentamientos, sino, en general, el afectado por esas y otras operaciones menos inocentes, pero que la dejadez y la tolerancia administrativa, en algún momento de la historia de esta comunidad, aceptaron o toleraron.
Caletón de la Matanza. Litoral del Norte de la isla de Tenerife. 2012
Las edificaciones ocupando el Dominio Público Marítimo terrestre. Caletón de La Matanza. Foto: ABC
* Joaquín Casariego Ramírez, Arquitecto y Catedrático de Urbanismo
Fuente:
Marginales de litoral. Artículo publicado en Diario de Avisos, 30/12/2012