Por Alicia Guerrero Yeste*
Capilla del Illinois Institute of Technology. Eero Saarinen, 1955. Imagen: Jules
Actualmente en la mayoría de nuestras ciudades, la presencia de edificaciones religiosas posee un simbolismo más histórico que espiritual. Es innegable que catedrales, iglesias, capillas…siguen constituyendo para muchos fieles un espacio sagrado que, no obstante, ha tenido que aprender a convivir en muchos casos con una dimensión de ámbito para el interés turístico que resta (aunque no anule) esa cualidad. Asimismo, es seguramente necesario considerar cómo también gran parte de nuestra sociedad oscila entre una contradicción en la que, mientras se aparta insatisfecha de las formas de religión tradicionales y sucumbe al materialismo consumista, busca sin embargo cauces espirituales que doten de un sentido a su existencia.
Interior de la capilla Kamppi. K2S Arkkitehtitoimisto. Helsinki, 2012
Este estado plantea la necesidad de concebir arquitecturas que se identifiquen con esta búsqueda y puedan acomodarla. Como plantea el teólogo Philip Sheldrake en su ensayo “The Spiritual City”:« son precisas nuevas formas de expresión y vivencia de lo religioso, retiradas pero accesibles.» Una observación que puede reconocerse sin duda en el fundamento que caracteriza a la Capilla del Silencio (Kamppi Chapel) de K2S Architects, una pequeña edificación cuyo fin es servir como ámbito para el recogimiento y la confortación espiritual y que se halla situada en la plaza Narinkka, una de las zonas más céntricas y concurridas de Helsinki.
El proyecto, cuya construcción concluyó durante el pasado año, surgió como una iniciativa del propio gobierno de la ciudad, siendo la unión parroquial de Helsinki quien ha actuado como cliente del proyecto, contando con la cooperación de las parroquias de las localidades de Espoo y Vantaa en la planificación de los servicios que ofrece la capilla.
Es seguramente este carácter de iniciativa pública la que dota de un mayor carácter ejemplar a la realización de este proyecto: la consideración, desde la esfera pública de lo civil y lo religioso, de la importancia de atender a las necesidades espirituales de los ciudadanos. Unas necesidades que este proyecto claramente comprende, citaríamos de nuevo a Sheldrake, no exclusivamente centradas en «la experiencia interior o las prácticas espirituales, sino que implica también cómo damos significado a nuestra vida en el mundo cotidiano», ya que la capilla se plantea como un ámbito ecuménico donde cada persona (desde primera hora de la mañana hasta la caída de la tarde) puede acudir para un breve retiro de encuentro consigo mismo, de reposo o meditación, y cuenta asimismo a su disposición con un equipo de trabajadores sociales con los que poder conversar sobre todo tipo de cuestiones que puedan estar perturbando el bienestar interno de una persona en un momento concreto, sean o no de índole religiosa.
Con una superficie total de 270 m2 y situada asegurando su accesibilidad desde todos los puntos urbanos circundantes, el elemento protagónico del edificio es la estructura de madera de 11,5 m. de altura que alberga la capilla deliberadamente minimalista y centrada en crear en el interior una atmósfera de quietud y calidez a través de la cualidad sensorial de este material y la cuidada articulación de la penetración cenital de luz. Se trata de un volumen de lenguaje claramente contemporáneo, que quiere ser reflejo del tránsito de personas a su alrededor, pero también una interpretación de las tradicionales iglesias finlandesas de madera, sitas sobre todo en ámbitos rurales. El mobiliario interior se centra en lo esencial: unos bancos y un pequeño altar, una reproducción del habitual interior de un templo cristiano que quizá es preciso entender como una inercia necesaria, convenciones asimiladas que permitan reconocer inequívocamente la vocación espiritual de ese ámbito. Yuxtapuesto a este volumen vertical se sitúa un volumen bajo horizontal, en color negro, que sirve como espacio de mediación entre el espacio urbano y el silencioso interior de la capilla, y que acoge las dependencias para las conversaciones privadas.
«Volver a adquirir un sentido de lo espiritual en la ciudad es una forma de resistencia contra la fragmentación de la vida, el individualismo egoísta y la ausencia de lugar posmoderna» asevera Sheldrake. En la delicada sencillez de su arquitectura, la Capilla del Silencio confirma la profunda necesidad de buscar caminos hacia el espíritu.
*Artículo publicado originalmente en Cultura/s Suplemento del Diario La Vanguardia. Barcelona 27/03/2013
El altar de la Capilla del Illinois Institute of Technology. Eero Saarinen, 1955. Imagen: Iñaki Bergera